miércoles, 16 de abril de 2014

Ya veo desde aquí el pueblo

Mucho he hablado por aquí y otros lares de Villaespino:Cruce de Caminos, y más de una persona me ha pedido una muestra, con lo que me he dado cuenta de que era necesario dar un poco que "catar", así que aquí os dejo con el inicio, una especie de prólogo que supone la entrada al pueblo. Vosotros decidís si seguís adentrándoos o no:




VEN, ASÓMATE HASTA AQUÍ

Sí, no tengas miedo, no voy a comerte; acércate un poco más, que quiero enseñarte algo. No te preocupes, es cierto que hay que acercarse al borde del barranco, pero no hay mucha altura. Y desde ahí no puedes ver todo lo que quiero mostrarte.
Bien, hecho. Ahora mira ahí abajo, observa esa carretera resquebrajada y en mal estado que es el único acceso a ese pequeño pueblo, ese lugar resguardado y apacible, rodeado por la naturaleza. Villaespino, setecientos habitantes, setecientas almas.
Observa su calle principal. Está flanqueada por antiguas casas de piedra; algunas de ellas llevan ahí casi desde que el pueblo nació, cuando solo existía esa calle, que como puedes ver desemboca en la plaza empedrada, con una fuente anodina, desgastada por el tiempo y embozada en su centro.
Dos edificios se enfrentan en dicha plaza: a la izquierda puedes ver el ayuntamiento, con sus banderas ondeando a media asta por la muerte del hijo del alcalde, un adolescente problemático que, hace dos noches, tuvo mala suerte. No, no preguntes, no es el momento, pero te aseguro que fue gracioso. De una manera oscura y siniestra, pero gracioso.
Al otro lado está la iglesia, con sus dos torres cuyos campanarios desgranan su llamada, puntuales, con el tañido de dos enormes campanas de bronce. El cura, don Cipriano, tiene muchos secretos, ¿sabes? Y no me refiero a que el panadero sea su hijo, eso todo el mundo lo sabe, sino a lo que le hizo a aquella mujer hace unos días. De todas formas, desde entonces nadie lo ha visto, y eso es extraño.
Divago, y no es el momento. Son dos edificios importantes, los dos poderes fácticos enfrentados no solo en la plaza, sino en sus ideologías. Y sin embargo hay un tercer edificio, el más importante en lo que a nosotros se refiere. Ese lugar es la biblioteca, aquella casa a la derecha del ayuntamiento, propiedad de los Celada, una mole de piedra oscura cedida por sus dueños cuando no pudieron mantenerla. Sus ventanas parecen mirarnos, la casa sabe que nos encontramos aquí.
Estrechas callejuelas cruzan la calle principal, y a su vez desembocan en otras vías y conforman un entramado en torno al cual el pueblo se ha expandido en los últimos años, por medio de nuevas viviendas a las que se han mudado habitantes de la cercana capital de provincia, gente a la que no le importa el mal estado de la carretera, así como los atascos que en ella se generan, a cambio de vivir en este «lugar privilegiado», como lo llaman ellos para convencerse de que se encuentran en un paraje abandonado de la mano de dios.
Y ahora más que nunca.
Mira hacia el parque, ¿ves a esos niños montando en el tobogán y los balancines? Hace décadas, en una cruenta guerra que aconteció en este país, quince niños fueron fusilados ante las aterradas miradas de sus padres, justo en ese mismo lugar. Cuentan los más mayores que los espíritus de esos niños vagan por el parque, montando en los columpios y ansiando jugar con los menores vivos. Opino que eso es una tontería, pero, chi lo sà? No soy el más indicado para hablar de fantasmas o espíritus. O demonios.
Allí en el este, apartado y repudiado por el pueblo —el cual lo considera un agravio a la armonía del pueblo y a su propia idiosincrasia— se alza un par de edificios de seis plantas. Fueron construidos por un arquitecto que deseaba modernizar el lugar en el que nació, «hacerlo grande», según sus propias palabras. Pero lo único grande fue su ego, y aunque se le permitió construir, amigo del alcalde, ya se sabe, pocos viven en esas construcciones carentes del espíritu del pueblo, desprovistos de alma y atractivo. Y es una pena, ¿sabes? Tengo grandes cosas preparadas para ese lugar.
Anochece, y las temperaturas bajan con la oscuridad, por lo que deberíamos irnos ya. Es un pueblo apacible, la gente vive sus vidas, saluda a sus vecinos y conversan con la maestra. Los niños duermen abrazados a sus ositos de peluche, y sus padres conversan frente a la chimenea en las frías noches invernales.
Dentro de unas horas todo eso va a cambiar, yo lo voy a cambiar. ¿Ves aquella casa, un poco alejada de las demás? Creo que empezaré por allí, por esa chica que juguetea con su gato, tumbados los dos en el césped. Sí, será un buen comienzo.  






Y hasta aquí el adelanto, ¿ya estáis pensando sacar un billete hacia el pueblecito? Recordad que está a un click, a la derecha de estas líneas.

1 comentario:

JUAN PAN GARCÍA dijo...

Excelente entrada. El narrador me ha recordado al de la novela "La ladrona de libros", que no es otro que la Muerte.
Veo que sigues en la brecha, yo no: me cansé de buscar editor y tengo en un cajón dos novelas in´ditas y un libro de relatos. Ahora paso el tiempo enganchado al facebok.
Hacía tiempo que no publicabas nada, ¿no? pues no me salía el aviso. Hoy, nada más verlo he entrado a leerte. Ha valido la pena, me ha gustado. Espero todo te vaya bien. Abrazos.