viernes, 11 de diciembre de 2009

Taller: clases 6 y 7

El fin del taller se aproxima, la próxima semana en principio es la última (y digo en principio porque tal vez pueda ampliarse otras ocho semanas más, pero eso dependerá del ayuntamiento).
La semana pasada, la sexta clase, tratamos el tema de la lectura como punto de partida de la escritura, y dedicamos el tiempo a tratar de copiar estilos de diferentes autores.
Debo reconocer que me resultó difícil, puesto que cada uno tenemos un estilo propio, evidentemente influenciado en mayor o menor medida por los autores que en su día nos marcaron. Y aquí tratábamos de escribir algo que de por sí a mí no me salía, no era capaz de imprimir un determinado estilo en mis frases, porque no era el mío. Fue, en definitiva, el reto más importante al que me he enfrentado a lo largo de las clases. Pero como digo siempre, este tipo de ejercicios fomentan la creatividad, ya que uno de ellos era copiar la fórmula del micro-cuento, y debíamos escribir algo de no más de diez palabras y que tuviese sentido. Sorprendentemente me resultó fácil, y eso que a mí los manuscritos me salen de trescientas páginas en adelante.
Con el ejercicio que nos pusieron para casa también me llevé otra sorpresa, ya que teníamos que escribir un relato de no más de medio folio copiando la técnica de un autor que nos gustase. Yo fui un poco masoca y en lugar de cogerme por ejemplo a Stephen King, que me lo tengo masticadito al pobre y en el terror me desenvuelvo relativamente bien, me decanté por un libro que estaba leyendo ahora, uno de Anne Rice, que seguro que diréis «¡ah, pero esa mujer escribe sobre vampiros y brujas y cosas así», pero también estaréis de acuerdo en que no es terror, al menos no del tipo de King o Poe.
Ya me estoy enrollando, así que resumo: resulta que cuando escribo tiendo a dar mucha libertad a la imaginación y en (bastantes) ocasiones tiendo a ser poco descriptivo, prefiero que la gente imagine. Pues bien, cuando copié el estilo de Rice pequé justo de lo contrario, de forma que la moraleja que saco de todo ello es que puesto que sé dónde están los límites tanto por encima como por debajo debo buscar el equilibrio.
La séptima clase versó sobre la libertad confrontada con la corrección, y empezó con un breve debate sobre cuáles debían ser los requisitos mínimos que debíamos pedir a cualquier cosa que escribiésemos antes de darlo a leer a otro lector: ortografía, sintaxis, presentación,...
Después pasamos a un ejercicio de dura autocorrección, en el que después de escribir unos minutos sobre un tema libre debíamos releerlo varias veces para ir corrigiendo diferentes aspectos cada vez: palabras o frases a cambiar, puntuación, por supuesto faltas ortográfica,...
Una vez hecho esto, cuando todos estábamos contentos con el resultado, los profes nos hicieron recortar a la mitad el texto, contando lo mismo, es decir, un ejercicio de concreción a lo bestia. El caso es que lo conseguimos, y en ese momento personalmente me di cuenta de la paja que eres capaz de meter. Esto, claro, cuando se trata de corregir un manuscrito cobra mucha más importante. De todas formas, ahora recuerdo, Deusvolt, asiduo de estos lares y a cuyo blog «El alma impresa» podéis acceder desde mi lista de blogs, hablaba hace un par de semanas del arduo tema de la corrección y el tiempo que nos toma, os aconsejo que echéis un vistazo a lo que allí escribió.
¡Buf, esta semana me he explayado, a ver si aprovecho el tirón y le pego un empujón a la novela, que me quedan apenas tres capítulos para acabarla!
Hasta pronto.

6 comentarios:

Sergio G.Ros dijo...

Estoy convencido de que para aprender en el oficio de escribir has de imitar a otros. Evidentemente imitarás lo que te gusta, lo que te atrae, pero es bueno que también te fijes en aquello que no te gusta a priori, porque de ahí también puedes extaer experiencias valiosas. De cualquier modo, escribir debe ser un placer así que cada uno puede enfocarlo como quiera y es lícito hacerlo. El imitar es la base del aprendizaje en cualquier cosa de la vida: para un futbolista, para un pintor, para un cantante, incluso para un soldador, un albañil o un ama de casa. Después, con el tiempo, cada uno descubre su estilo y termina haciendo que imitó "a su manera".
Y respecto al tema de las correcciones, pues gracias Jesús por mencionar mi blog. Lo cierto es que ahora mismo lo tengo calentito, pero si queremos que nuestros escritos lleguen a la gente, o a profesionales del sector, es necesario que aprendamos a pulir y a quitar lo que sobra, que es mucho, a lo poco que miremos con unos ojos algo más abiertos de miras.
Un abrazo, compañero.

Jesús F. Alonso Asensio dijo...

Buenas tardes, Sergio,
estoy de acuerdo con lo que comentas de imitar, es más, pienso que a menos que seas un genio y ya nazcas con un estilo propio al principio el hecho de imitar es básico e inconsciente.
Con las correcciones me las veré en un futuro próximo, en cuanto acabe las veinte páginas que me quedan y lo deje un rato en la ventana para que se enfríe, je, je.
Un abrazo.

Cristina Puig dijo...

Veo que el taller va dando sus frutos y aprendes muchísimo. Respecto a la novela, ya la tienes!!! que suerte, 3 capítulos no son nada, ánimo! lo que da más trabajo son las correcciones, yo estoy en ello y hago dos páginas por día:))))

Un besote!

Lola Mariné dijo...

Mi taller tambien toca a su fin, y ya me gustaría que se alargase ocho semanas más, pero no creo...
En estos talleres (si son buenos, y el tuyo lo es) se descubren muchas cosas sobre un@ mism@, y eso es muy interesante.
Saludos.

Jesús F. Alonso Asensio dijo...

Hola Cris,
Yo las correcciones las comenzaré pasado Enero, que así dejo que la novela se enfríe un poco y me puedo salir de su mundo, para poder verla de manera más objetiva.
Un abrazo.

Jesús F. Alonso Asensio dijo...

¿Qué tal, Lola?
En principio es casi seguro que el taller se ampliará otras ocho semanas, a contar desde Febrero, por lo que esperemos que finalmente se cumpla.
¡Y vaya si se descubren cosas!, he tocado temáticas que no pensé en la vida que tocaría.
Un abrazo.